Muchos piensan que el sacerdote es un “profesionista de las cosas de Dios”, que todo el tiempo que estudian, pareciera ser que es una “carrera” muy larga; en realidad el sacerdocio es una VOCACIÓN, es decir, un llamado de Dios.
Los sacerdotes son tomados de entre nuestras familias, comunidades, y reciben un don muy especial; no trabajan de sacerdotes, así como los esposos: un esposo (a) no trabaja como esposo (a), sino que son esposos.
Por esta razón, al ser una vocación, supone discernimiento, espiritualidad, acompañamiento y una preparación y formación permanente en todos los aspectos, por eso, la vida en el Seminario es intensa. Ciertamente son muchos años de estudio; hay quienes reciben el llamado o la inquietud a temprana edad (secundaria), ellos reciben un acompañamiento que se llama Seminaristas en Familia, no están internos, sino que acuden periódicamente al seminario a recibir orientación vocacional; hay quienes comienzan desde la preparatoria, ellos viven la experiencia del Seminario Menor; otros que después de estas etapas o sin haberla vivido deciden ingresar al seminario ya con mayor claridad cursan la etapa del Curso Introductorio que es un año de intensa vida espiritual y de discernimiento vocacional. De esta etapa se sigue la Filosofía durante tres años y después la Teología, durante 4 años; por tanto lo mínimo a estudiar y prepararse son 8 años en el Seminario.
El llamado de Dios al sacerdocio se da según su corazón y por caminos que solo el diseña. Recordemos que la familia es el primer semillero (seminario) de vocaciones, es el lugar en donde los jóvenes pueden escuchar la llamada de Dios.
El camino es ciertamente largo, pero es esencial precisamente por la situación que en la actualidad vivimos, en donde las exigencias son mayores, los fieles quieren sacerdotes santos, sabios y sanos. La comunidad cristiana tiene una gran responsabilidad en orar por las vocaciones y en cuidar a sus sacerdotes.
Los papás no tengan miedo de consagrar a un hijo o hija al sacerdocio o a la vida consagrada.
Quiero invitarlos a que intensifiquemos nuestra oración por los sacerdotes, que los conozcamos, que nos acerquemos a ellos, no viéndolos como meros funcionarios o “profesionistas”, sino como hombres consagrados a Dios, que por supuesto están al servicio de la comunidad de fieles.